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La voz áspera de Petrushévskaya

Xènia Dyakonova

15 abril 2015

Prólogo de Hi havia una vegada una noia que va seduir el marit de la seva germana, i ell es va penjar d’un arbre. Històries d’amor, de Liudmila Petrushévskaya, Edicions del Periscopi, 2015. Petrushévskaya, considerada la autora más destacada de la literatura rusa actual, nos visita el próximo 22 de abril.

Portada _petruixevskaia periscopi[ Publicado por cortesía de Edicions del Periscopi y Xènia Dyakonova. Traducción al castellano: Maria Llopis]

Hoy en día, la incansable y prolífica Liudmila Petrushévskaya (Moscú, 1938), autora de unos cuarenta libros de relatos, obras teatrales, cuentos infantiles, poemas y memorias, es reconocida como una de las mejores escritoras vivas, tanto en Rusia como en todo el mundo. Además, desde 2007, Petrushévskaya, licenciada en artes dramáticas, actúa en diferentes teatros de su país como protagonista de un espectáculo que llama «mi cabaret»: acompañada por un grupo de músicos jóvenes, llena de picardía y tocada con dos sombreros extravagantes, uno encima del otro, canta canciones rusas, inglesas, francesas, italianas, alemanas, en su lengua original y en sus propias traducciones libérrimas. No le falta nunca público, porque siempre hay gente ansiosa de ver a una leyenda viva de la literatura, que de adolescente quería ser como Edith Piaf y, ahora, por fin, parece haber cumplido su sueño.
Tiempo atrás, sin embargo, cuando intentó publicar sus primeros relatos en la Unión Soviética de los años setenta, los editores no solo la rechazaban, sino que, además, le decían que escribía «como alguien que toca el piano sin saber y se deleita en una combinación aleatoria de sonidos». El hecho es que Petrushévskaya, con la perspicacia de los grandes escritores, extrae de la realidad que la rodea un lenguaje nuevo, y es este lenguaje que va más allá de la convención lo que irritaba tanto a los adeptos de la prosa «correcta» y « políticamente adecuada». Los personajes centrales de sus cuentos suelen ser mujeres ariscas, frágiles, pobres hasta la miseria, desamparadas y carentes de amor; son madres solteras o divorciadas con hijos problemáticos, supervivientes tímidas de familias desestructuradas, amantes abandonadas y sumidas en la desesperación. Su carácter, o su mala suerte, o quizás la combinación de ambas cosas, hace que se sientan solas en el mundo y desencajadas, en medio de una pugna heroica para encontrar una vivienda digna y alguien que las apoye. El trasfondo permanente de estas historias son las sórdidas condiciones de vida en la Unión Soviética en estado de putrefacción y todos los conflictos que ello implicaba. Petrushévskaya, como buena heredera de Dostoievski, indaga tan a fondo en estos conflictos, encuentra unos matices tan imprevisibles en la parte oscura del corazón humano que, para hablar, necesita un lenguaje diferente, a veces deliberadamente confuso, otros, seco y abrupto —como si esa sequedad quisiera contrastar con el contenido trágico de una vida narrada—. Sea como sea, es precisamente este estilo coloquial, impulsivo, sincopado y al mismo tiempo extrañamente eufónico, y un tono despiadadamente naturalista, el que ejerce una fascinación especial sobre el lector, golpeado por una mezcla de repulsión, atracción y lástima que le suscitan los personajes.
Quizás los mejores relatos de Petrushévskaya sean los protagonizados por aquellas mujeres que no solo se esfuerzan por sobrevivir, sino que luchan, de forma ingenua o torpe, para arrancarle a la vida un pedazo de felicidad. En Padre y madre, uno de los cuentos más espeluznantes de esta recopilación, hay dos muy diferentes. Por un lado, la madre desequilibrada, que quiere retener a un marido cada vez más escurridizo y le persigue allá donde vaya con su hijo menor en brazos, abocada a la indigencia y presa de unas fantasías perversas. Por el otro, la hija mayor, la alegre y delicada Tania, que solo podrá ser feliz si logra salir del ambiente infernal de la familia. En el primer párrafo, el narrador plantea la duda de si Tania será capaz de ello y, cuando parece que esta deba ser la protagonista, hace un giro magistral para explicar, con un lujo macabro de detalles, el delirio de la madre, que acaba acaparando casi toda la acción del relato. Tania reaparece en el último párrafo, y el resumen vertiginosamente rápido de su vida solo cobra sentido en función de los antecedentes que conocemos. Sin lugar a dudas, hay que ser alguien como Petrushévskaya para desviar con esta facilidad las expectativas del lector, y también para saber demostrarle, con la misma naturalidad, que era necesario para llegar al corazón de la historia.
Aunque su obra tuvo una gran difusión clandestina, Liudmila Petrushévskaya solo logró publicar oficialmente después de la perestroika, y a partir de ese momento, que coincide con su consagración, no ha parado de conceder entrevistas y participar en varios encuentros literarios, dentro y fuera de Rusia. En una charla de 1998 formuló así su idea de la escritura: «Lo que debe hacer un autor no es querer comunicar unos sentimientos, sino sentir que le poseen, sentir el deseo de deshacerse de ellos, escribir y liberarse. Entonces, tal vez las ideas y los sentimientos se sedimentarán en el texto, y volverán a surgir cuando otros ojos comprensivos se aferren a las mismas líneas». La lectura de sus cuentos confirma que vale la pena aferrarse a ella, aunque una realidad tan oscura, descrita con tanta claridad, pueda dañar a una mirada incauta.

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