Sobre el radicalismo de W.G. Sebald
13 .04 .2015 - Uwe Schütte
Uwe Schütte conoció a W.G. Sebald en 1992 cuando llegó a la Universidad de East Anglia como estudiante de licenciatura, y acabó siendo alumno de doctorado de Sebald. Ha publicado varios artículos y libros sobre la variada obra de Sebald. La última publicación de Schütte, el primer estudio en profundidad sobre los escritos críticos de su antiguo mentor, apareció en noviembre de 2014 y se titula Interventionen. Literaturkritik als Widerspruch bei W.G. Sebald. En este ensayo examina el radicalismo idiosincrático subyacente en las ideas de Sebald sobre la política alemana, la sociedad alemana de la posguerra y la disciplina académica de Filología Alemana.
[Traducido por Bernat Pujadas Uriach]
Winfried Georg Sebald, nacido en 1944, formaba parte de una generación radical conocida en Alemania como «la generación del 68», la primera que no tuvo ninguna vivencia directa de la guerra. De mediados de los años sesenta en adelante las atrocidades cometidas por los nazis ya no podían ignorarse, ya que los alemanes más jóvenes empezaron a hacer preguntas sin tapujos a una sociedad de posguerra decididamente conservadora. Con bastante naturalidad cuestionaban de manera feroz la implicación y la complicidad de sus padres con el nacionalsocialismo. Y esta interrogación no se limitó a la esfera doméstica: todos los maestros, jueces, políticos y profesores universitarios fueron objeto de escrutinio por su conducta durante el periodo nazi.
Los juicios de Auschwitz, de 1963 a 1968, fueron un punto de inflexión crucial para esta generación. Sebald, que estudiaba Literatura Alemana e Inglesa en la Universidad de Friburgo de Brisgovia, más tarde explicaría que aquellos juicios fueron «el primer reconocimiento público de que había una cosa llamada pasado alemán irresuelto. Cada día leía las crónicas de los periódicos y, de repente, cambiaron mi manera de verlo. Y comprendí que tenía que encontrar mi propio camino en aquel laberinto del pasado alemán y no debía dejarme guiar por las personas que ocupaban cargos docentes en aquella época.»
Y eso fue exactamente lo que hizo. Primero, se marchó de Alemania para ir a estudiar al extranjero: a la Suiza francófona, en la Université de Fribourg, y después pasó una breve temporada en Manchester. Segundo, buscó magisterio intelectual en unos cuantos intelectuales judíos vinculados con la Escuela de Fráncfort, particularmente Walter Benjamin y Theodor Adorno. Tercero, nunca dejó de sospechar que todos los profesores destacados de filología alemana habían sido nazis. Se reservó su resentimiento más profundo por aquellos que, de golpe, se transformaron en impulsores mesiánicos de ciertos autores, lo cual para Sebald daba tufo de ser en interés propio. A pesar de los peligros de este recelo absoluto, a menudo tuvo razón.
Su primer libro sobre el dramaturgo germanojudío Carl Sternheim es un buen ejemplo de ello. Publicado en 1969, empezaba como la disertación de su maestro sobre Sternheim, que había disfrutado de un éxito considerable a finales del siglo XIX pero en gran parte había caído en el olvido en el ámbito literario germánico. Gracias a una campaña encabezada por el profesor Wilhelm Emrich, las obras de Sternheim experimentaron una reposición generalizada en los escenarios de la Alemania de la posguerra. El estudio de Sebald sobre Sternheim fue a la vez un ataque feroz al dramaturgo, al que acusó de manera exagerada de ser un protonazi, y un ataque a Emrich, a quien el joven crítico acusó de hacer la vista gorda ante los —según él— muchos defectos literarios y morales de Sternheim.No sorprende en absoluto que aquel libro tan polémico fuese recibido con considerables críticas. «Todo lo que escribe Sebald son auténticas estupideces», espetó un crítico, que sospechó que Sebald podía ser un neonazi, a causa de su ataque a un dramaturgo de raíces judías. Sin embargo, el crítico debería haberse tomado a Sebald más en serio, porque más tarde trascendería que el respetado profesor de la Universidad Libre de Berlín había tenido una trayectoria profesional demasiado alemana. Originariamente miembro de la organización estudiantil comunista, Emrich se afilió al Partido Nazi en 1935 y ocupó diligentemente varios cargos de alto rango, incluyendo un periodo en el Ministerio de Propaganda de Goebbels. Después de la guerra, se convirtió rápidamente en un ferviente demócrata, y no hizo ninguna referencia más a los detalles indecorosos de su pasado.
Los escritos críticos de Sebald son en muchos sentidos una forma evidente de rebeldía estudiantil contra el establishment (académico). En sus ataques a las personas entre las que justamente anhelaba contarse podemos ver un rasgo de carácter que más tarde se manifestaría en su obra literaria: un marcado deseo de saber y decir la verdad. Su desconfianza hacia la autoridad, tanto académica como literaria, no desapareció nunca. En los años noventa escribió una invectiva mordaz contra el escritor Alfred Andersch, otra figura rescatada de la literatura alemana de la posguerra. A Sebald siempre le había parecido que sus textos carecían de méritos estéticos, y cuando en 1990 se publicó una biografía monumental de Andersch, comprendió por qué.
Cuando la máquina de matar nazi empezó a funcionar a pleno rendimiento, Andersch se divorció de su mujer judía para poder publicar. Su exmujer sobrevivió a la guerra, y en aquel entonces Andersch tenía una relación sexual con una artista excelentemente conectada con el Partido Nazi. Más tarde, como prisionero de guerra de los norteamericanos, explotó su anterior matrimonio «con una mestiza de ascendencia judía» para que le devolviesen papeles confiscados. Este descarado oportunismo y el sentimiento de culpa no reconocido que Andersch claramente tuvo más tarde sobre su vergonzosa conducta fueron los responsables, según Sebald, del malestar estético que estropea sus novelas. Una vez más, el rechazo radical de Sebald a los textos de Andersch inicialmente fue criticado con ferocidad. No obstante, a lo largo de las últimas dos décadas han surgido nuevas pruebas que confirman la creencia dogmática de Sebald de que un autor comprometido moralmente no puede hacer literatura estéticamente válida.
La decisión de Sebald de dejar la academia alemana para huir de su sistema paternalista dominado por profesores políticamente comprometidos resultó acertada. Tanto en Manchester como en la Universidad de East Anglia, en Norwich, donde en 1970 empezó a dar clases, trabajó en instituciones políticamente progresistas. Inicialmente, le pareció que en Gran Bretaña por fin había encontrado refugio intelectual, pero este sentimiento no duró mucho tiempo: «Las condiciones de las universidades británicas eran absolutamente ideales en los años sesenta y setenta. Entonces, empezaron las llamadas reformas y la vida se hizo extremadamente desagradable», explicó Sebald en 1996. «Yo buscaba otra manera de resituarme, sencillamente como un contrapeso a los fastidios del día a día en la institución.»Lo que empujó a Sebald a dedicarse a la escritura literaria fue primordialmente la creciente frustración que sentía por las condiciones de trabajo deterioradas en las universidades británicas. En las conversaciones personales era muy vehemente a la hora de condenar las políticas educativas neoliberales y los burócratas de su institución que las aplicaban. Como filólogo, Sebald detestaba particularmente la propagación del lenguaje del mundo de la gestión, en el que se redefinía la academia como una parte de la «industria del conocimiento». Las palabrotas de enojo y las comparaciones con el ‘»estalinismo» eran abundantes cuando me expresaba su indignación por la imposición de las políticas a corto plazo y con ánimo de lucro concebidas para convertir las universidades en negocios y para redefinir a los alumnos como clientes, objetivos estos dos que tenían como consecuencia la limitación de la libertad académica.
En un valiente acto de desobediencia profesional que tuvo graves repercusiones profesionales para él, una vez expulsó de su aula a unos evaluadores enviados por el gobierno como parte de un ejercicio de «evaluación de la calidad». A pesar de que en Austerlitz el personaje homónimo explica su decisión de dimitir de la academia debido a «la inexorable propagación de la ignorancia, incluso en las universidades», el propio Sebald no osó dar un paso tan valiente. En cambio, trató de encontrar un equilibrio entre sus dos carreras, la académica y la literaria, a pesar de las consecuencias que ello acarreó para su salud mental y física.
Otro factor que le motivó a escribir textos literarios fue su rechazo casi absoluto a la literatura alemana de la posguerra. Eligió indagar en rincones muy ignorados del canon literario alemán, incluyendo historias de los emigrantes judíos, la nueva vida de remordimientos de los que sobrevivieron a la persecución fascista, la incapacidad de las víctimas de los bombardeos aéreos de los aliados de hablar de sus traumas, el concepto de la escritura literaria como forma de autodestrucción y, en último término pero no por ello menos importante, los vínculos fatídicos que conectan la historia humana con la historia natural.
El radicalismo intelectual de Sebald ciertamente no menguó. Hasta el final de su vida nunca se abstuvo de expresar ideas que transgredían las normas de la cortesía profesional. Cuestionar el dogma alemán de la singularidad del Holocausto en su última entrevista alemana es un ejemplo muy pertinente de ello. Conectar una postal que muestra una pila de arenques en el mercado de pescado de Lowestoft con una fotografía de cuerpos de (presuntamente) judíos muertos en el tercer capítulo de Die Ringe des Saturn [publicado en castellano con el título Los anillos de Saturno] provocó una consternación similar entre varios críticos alemanes.
Asimismo, algunos se ofendieron por su declarada postura anticlerical hacia la Iglesia católica, mientras que a otros les preocupó su provocadora tesis que propugnaba que el «crecimiento sorprendentemente atrofiado de la población» y la frecuencia remarcable de «jorobados y lunáticos» en Bélgica estaban relacionados con los crímenes del pasado colonial del país. (Es un claro guiño a Thomas Bernhard, que de manera similar conectaba los crímenes colectivos con las deformidades físicas de los individuos.)
En el corazón de la melancólica Weltanschauung [cosmovisión] de Sebald hay la comprensión esencialmente funesta de que es la destrucción —y no la creación— el principio organizador de la naturaleza. Como los gnósticos, él veía el mundo como un proceso de descomposición, y veía la humanidad como un sujeto impotente de las maquinaciones destructivas que rigen la historia humana. Las guerras, las atrocidades y los genocidios de todo tipo no son excepciones sino síntomas e indicadores de una «Historia natural de la destrucción» que todo lo abarca y que aplasta las aspiraciones humanas, en nombre de un futuro seguro, por crear una sociedad mejor o construir un mundo sin guerra ni miseria.
Sebald consideraba inflexiblemente «nuestra presencia insana / sobre la superficie de la Tierra» —como escribió en su poema en prosa Nach der Natur [publicado en castellano con el título Del natural]— como el sello distintivo de una especie aberrante que intenta entender un mundo natural cuya «regeneración avanza / en órbitas descendientes». Viene a ser ni más ni menos que una disensión radical de todas las ideologías políticas, creencias religiosas, sistemas filosóficos y teorías académicas que prometen progreso y felicidad personal. Más tarde, cuando su actitud ante la vida se ensombreció más, pasó a creer que el terreno (aparentemente autónomo) del arte también se veía afectado por las tendencias destructivas que intervienen en nuestro mundo. Pero en lugar de sucumbir al nihilismo, prosiguió su actividad literaria, hasta que su vida terminó de forma trágica y prematura.
Uwe Schütte es lector de alemán en la Universidad de Aston, donde ha enseñado desde 1999. Es doctor en literatura por la Universidad de East Anglia, donde estudió con W.G. Sebald. Figurationen, su nuevo libro sobre la poesía de Sebald, acaba de ser publicado por la editorial Isele en Eggingen, Alemania.